De los Tuxtlas a Oaxaca




En tierra de los Tuxtla, nos encontramos con la fiesta de Santiago -con mucha música, payasos, juegos eléctricos, pero sobre todo mucho baile: fandango y jarocho, en distintas modalidades: lo más lindo fue ver el tablón de los locales, donde todos se turnan para bailar y las guitarras se van sumando e intercalando en un festejo que dura lo que aguantan los dedos de los guitarristas y los nuevos dedos y así...





Santiago nos gustó mucho, supongo que mucho tiene que ver el hotel donde estábamos en plena plaza central y el momento festivo en que llegamos, el aire que se respiraba en la ciudad.
Lo dejamos prontamente, y al llegar a San Andrés la decepción fue algo fuerte, hoteles feos y caros, la fiesta ya terminada (otra y a la vez, la misma), poco interes salvo los innumerables mecánicos que visitamos para reparar la mal arreglada avería de Jala Bien.




Pasamos de San Andrés y llegamos a Catemaco, un pueblo a la orilla de un lago, con ávidos (e insistentemente insoportables) vendedores de todo lo que uno pueda querer (y lo que no). Esta localidad es famosa por el encuentro anual que hacen aquí brujos, chamanes y charlatanes, donde limpian su energía para un nuevo año... solo dejan la energía gastada y cargada en el lugar (o porque somos de otra tribu, solo fue esa la que percibimos: la fea).
Con Jala Bien re-reparado, nos dispusimos a cruzar la sierra hasta Oaxaca: léase "huajaca"- muchos recomendadores nos habían mencionado este lugar, tardamos un poco en entencer que era Oaxaca.
Mucho nos habían advertido sobre las peligrosas curvas de la ruta -donde hay que pasarse a la mano contraria para no quedar bajo un camión. Otros disuasores fueron los "peajes voluntarios" que nos cruzamos en un primer tramo: dos de parejas de niños que con un piolín y banderines cortaban el camino indicando detenerse -de ambos zafamos por estar ahí en el mismo momento que conocedores de la ruta a quienes seguimos-; el tercero, más preocupante, hecho por agentes de la policía local que mendigaban para "la compra de un refresco" y que evitamos ofreciendo amablemente unas cookies. Una vez descartada la ruta "escénica" y corta, tomamos la autopista que si bien era más larga tenía un costo alto pero pre-establecido.

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