A pesar del inicio de la temporada de lluvias, decidimos seguir camino hacía el sur, por la costa, para llegar hasta Acapulco, como le prometimos a Mamu. Sin embargo, no solo la lluvia se iba a interponer en nuestro camino...
Seguimos hacía el sur. Fuimos haciendo el recorrido de a tramos: desde Puerto Vallarta seguimos a Las Varas; pasamos por Malaqué y por Barra de Navidad, dormimos en Manzanillo; de ahí salimos hoy, dejamos el estado de Colima y entramos en Michoacan. Por la costa, a esta altura, sólo hay una ruta: de a ratos se ve el mar, en general está rodeada de frondosa vegetación selvática, se ven acantilados, piedras e islotes en el Pacífico; algunos pueblitos sobre la ruta, algunos sobre el mar; algunos de pescadores, la mayoría turísticos... el paisaje es indiscutiblemente muy bonito.
Pasamos un control militar, como los tantos otros que vamos pasando; esta vez, no nos pararon, no nos preguntaron a donde ibamos, ni de donde veníamos, ni pedimos ninguna indicación (es lo que solemos hacer, para que sean ellos los que hablen y sepan que no tenemos nada que ocultar).
Seguimos hacia el sur.
Empezamos a ver algunas cositas en la carretera que nos llamaron la atención: algo de gente reunida (podía ser un puesto de comida), un cartel sobre tela que no llegamos a leer (podía ser cualquier cosa, mañana domingo hay elecciones aqui), un grupito de camiones parados (yo pensé que se comía bien en ese lugar).
Seguimos hacia el sur, hasta que no pudimos seguir más:
Un cartel sostenido con piedras daba un mensaje de hartazgo; a los pocos metros otro cartel y una persona con la cara tapada con un pañuelo y un arma en la mano; en dos segundos, las personas eran 4 y cada uno su arma (pistola, metralladora, según el gusto); casi no nos dimos cuenta y estabamos rodeados por más de 15 tipos cada uno con su chumbo.
El corazón nos latía fuerte, más que fuerte. La temperatura del cuerpo me subió a 40° y transpirába como si hubiese llegado ahí corriendo. A Julián se lo veía más tranquilo, ya había visto los ojos de los tipos, cansados pero amables, tranquilos. Qué podía ser: un atraco?, un "peaje"?, sin duda mucho miedo, no de muerte, pero miedo grande grande. Preguntaron (sin brutalidad, sin ansiedad) hacía donde íbamos. Yo tardé en oir, mi corazón acaparaba toda mi capacidad auditiva; cuando entendí, no pude saber cual sería la respuesta apropiada (no sabíamos con quién hablábamos, ni que querían). La respuesta la dió Julián: "hacía el sur". Y lo que siguió fue un: "no por aquí, dé la vuelta". Ahí la respiración se nos normalizó. Ni se nos cruzó por la cabeza discutir, ni contarles que teníamos que llegar a Acapulco, que se lo habíamos prometido a Mamu. No. Nada de eso. Tampoco les dijimos que queríamos entrevistarlos y sacar algunas fotos (alguna saqué a la distancia), ni les preguntamos más. Las armas intimidan horrores (nunca había visto a tantos hombres sin uniforme con armas -nunca nos apuntaron firmemente, solo las mostraban-). Marcha atrás -mientras veíamos como salían más hombres y más armas desde los costados, camuflados por la vegetación- hasta que hubo espacio para dar vuelta.
Respiramos profundo y pensamos en todo lo que no pasó.
Desandamos nuestros pasos para llegar al lugar donde estaban los camiones, paramos y nos sentamos a comer algo en el bar, para poder hablar y preguntar un poco: qué pasa????
...
http://www.lajornadamichoacan.com.mx/2009/07/03/index.php?section=politica&article=007n1pol
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