Después de contestar correos, hacer transferencias y esos trámites, nos fuimos a nuestra playita en Taganga- del otro lado de Playa Grande, caminando por la sierra poco más de media hora. El mar estaba más transparente que de costumbre y varios cardúmenes pasaban a saludar como si supieran que serían nuestras últimas sumergidas en ese lugar. La lluvia no se puso fuerte hasta que no estuvimos bajo el techo del lugarcito de comida corriente de cerquita del hostal. (cómo rinde la mañana cuando el día arranca a las 6!)
Nos despedimos de los chicos de valencia y de la gente del Villa Mary y empezamos la epopeya. El taxi sin problema nos dejó en la estación, donde mal elegimos que compañía nos llevaría en el viaje de regreso. Cuando vinimos a Taganga ya habíamos notado que el concepto de “directo” que se usa acá es un poco distinto: creo que significa que no se desviará más de 10 km de la ruta pautada, pero parará en todo aquel lugar que considere necesario.
Tomamos La costeña (es la que no hay que tomar!); porque nos dijeron que ya salía, tardaría 4 horas y solo se detendría en Barranquilla. Sabiendo que el “ahora sale” puede ser tiempo suficiente para un cafecito, fuimos por él. Eso nos dejó un poco más de tiempo para esperar… salió de la estación y al tomar una avenida, abrieron la puerta y la asistente se puso a gritar “Barranquilla, Barranquilla” (mala señal, el concepto de “directo” se volvía a definir). Casi sin problema (solo estuvimos a centímetros de darnos de frente con un camión, pero por suerte había banquina) llegamos a Barranquilla (en lugar de en 2 horas en 3, pero quien cuenta!).
En Barranquilla decidieron que sería mejor que pasáramos a un bondie más grande, más viejo, más sucio (algo no iba bien, solo eramos 4 pasajeros, la cuenta no les daba). Nos dejaron en la terminal un rato en el bondie viendo culebrones y congelándonos por el aire al mango, hasta que decidieron que saliéramos así. No avanzamos mucho y se repitió lo de la puerta abierta y detenernos en una plaza para que suba más gente. Tampoco esto fue suficiente, y decidieron que nos pasarían a otro bus con mucha gente –eso sí, el traspaso, en medio de la carretera para que sea más emocionante, patinando por el agua de la lluvia y el barro. Este bondie “directo” sería el definitivo, eso sí nos deleitaron todo el viaje con música “melódica-popular-colombiana” (cuando saltaba el dvd, volvía al principio –como si quisieran que nos aprendiéramos la letra!. Pasadas las 6 horas de viaje, entramos en Cartagena. El particular ómnibus no entró en la estación (por qué habrá sido?) y nos dejó al asecho de los taxitas.
Le tocaba el turno de salir al taxista “de la capocha”, creo que había jugado mucho play station y que creía que la realidad era solo una pantalla más del juego! El loco iba a las chapas, tocando bocina para que los demás se corrieran, cuando el límite era 30, iba a 60; cuando nos aproximábamos a una senda peatonal, se entusiasmaba como si fuese a sumar puntos al pisar a alguien. Pura adrenalina! Paradas: claro, también los taxis “directos” paran para poner gas. A pocas cuadras del hotel nos encontramos en un atasco donde su mágica bocina no pudo hacer que los autos se hicieran a un lado, así que con auto en marcha se bajó y desapareció un rato. Por suerte volvió y nos dejó a salvo en el hotel como 8 horas después de haber dejado el otro.
Cartagena nos esperaba aún más linda que cuando la habíamos dejado hace 10 días; las calles estaban menos sucias y se respiraba una tranquilidad increíble y una luz muy pura- dejamos todo y nos fuimos a pasear al centro, para festejar el fin de la odisea.
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