Salimos de La Barca, el cielo despejado nos acompañaba, con los pelos al viento y nuestras voces estropeando la música que salía de Jala Bien..
El rumbo era Morelia, pero cruzando los campos fértiles michoacanos (que estaban siendo cosechados), Julián encontró datos que hicieron que nos desviáramos hacia el sur.
El objetivo: ver las ruinas sumergidas bajo la lava de un joven volcán (Paricutín, es el más joven del mundo y dejó sumergidos bajo su lava a dos pequeños poblados- de San Juan se vé la iglesia rodeada de lava, pero en pie).
Seguimos el mapa y pedimos indicaciones para llegar: Opción 1 (la fácil), ir hasta el cercano pueblo de Uruapán (capital mundial del aguacate) y contratar guía (incluso se pueden contratar caballos para la excursión). Opción 2 (la nuestra), ir a Zacán (un pequeño poblado) encontrar a un par de testigos de la erupción (1943), que nos indiquen como llegar hasta las ruinas. El cielo poco a poco se ennegrecía, así que decidimos que sólo veríamos las ruinas (el volcán que apenas larga humito quedaría pendiente). Solo siete kilómetros nos separaban de las ruinas, aunque eso no lo supimos hasta llegar ya que las respuestas de nuestros "guías" fueron: "están a 10 minutos" y "es como a media hora"; ambos acordaron que Jala Bien podía llegar a destino -aunque sabemos que supusieron que era anfibio y 4x4.
Si dudarlo más, emprendimos la travesía, de a poco nos sentíamos tal como deben sentirse los corredores de las off road que estuvimos viendo. Pisábamos lava que cubría adoquines, algo de tierra roja y algunos charcos que quedaban de lluvias anteriores... de pronto la oscuridad empezó a caer en forma de lluvia, todavía suavemente. Pasamos por una casa donde se festejaba algo: llena de guirnaldas y con banda sonora de petardos (más bien parecían tiros). No sabíamos si eso era bueno o malo, aunque vimos que, al menos, había algo de gente no tan lejos nuestro. Llegamos a un punto de observación, ya el aire era raro, había algunas tienditas de regalos completamente abandonadas, la lluvia empezaba a caer con más fuerza, pero ya estábamos ahí; había que cumplir el objetivo: ver las ruinas y fotografiarles! Dejamos a Jala Bien para pisar tierras menos firmes, el agua -como es habitual- mojaba, también estaba fría! Un poquito más y lo veíamos... subimos por una montaña de lava y ahí estaba (aunque ya la preocupación era salir de ahí antes que el camino nos atrapara).
Volvimos al auto, Julián tomó el puesto de piloto (había sufrido un poco a la ida con mi pilotaje). El agua ahora caía con bronca, tanta bronca que también empezó a traer granizo (chiquito e insistente primero, grande y pesado después); No solo caía del cielo, también aparecía convirtiendo en río el camino que nos había llevado hasta ahí. En algunos tramos Jala Bien hizo de tabla de surf, y en otros saltos, pensamos que no llegaríamos a destino. Sin embargo, la opción era seguir hasta el asfalto porque no había ningún rincón que fuese seguro para detenerse: la lluvia caía con odio y un río furioso pasaba por el camino. En varios tramos, apenas podíamos ver que iba bajo nuestro, pero había que llegar. Ni Juli ni Jala Bien dudaron como hacerlo, yo creo que -del julepe- hasta casi recé! Llegamos a la ruta con las piernas temblorosas, y el agua dió un respiro, pensamos que ya había terminado, pero no: decidimos que llegaríamos hasta el siguiente pueblo (Uruapán), ni bien dejamos de tener la opción de detenernos, la lluvia recuperó su furia... caía de a baldazos del cielo y traía algo más de piedra, para simular nieve al costado de la carretera -sin banquina- que no nos dejaba más que seguir hacia adelante...
Llegamos a Uruapan (que es la capital del aguacate y fuera de época no tiene más atractivo) y cual soldado que huye de una guerra, seguimos hacia la próxima atractiva escala de nuestra ruta: Patzcuaro.
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