Después de unos días en el departamento de Boyacá (montañas, verdes distintos y muchos- Villa de Leyva, precioso pueblo colonial, demasiado turístico, pero precioso), decidimos cruzar hacia el eje cafetero –no pasamos por Bogotá, nos quedamos en los pueblitos, en las montañas-.
Atravesamos Tolima, por Honda y paramos en Mariquita. Honda es feo, caliente, agobiante; Mariquita es tranquilo, sano como se dice por acá, dormimos en una calle de barrio, con vecinos que hasta tarde se agrupaban en las puertas a disfrutar el aire fresco. Rodeamos los Nevados. Pasamos sin pena ni gloria por Manizales y Santa Rosa y sus piletas atestadas de gente dispuesta a amontonarse en aguas termales; y finalmente llegamos a Salento, y nos pasamos hasta el Valle del Cocora, precioso: verdes de mil tonos, palmeras de cera, fresco, montañas. Dormimos bajo el edredón, y las estrellas. y volvimos a Salento.
Vuelta a atravesar Tolima, rumbo a Neiva, al desierto que es más fotogénico que impactante en persona. Horas para recorrer pocos kilómetros. Cordillera. Camiones. Curvas. Obras. Tres autos pasándose mutuamente por las curvas al costado de las obras por la cordillera. Peligro. Paciencia. Tolima está de fiesta, queremos dormir y tardamos en dar con el pueblo que nos lo permita. San Juan y San Pedro. San Pablo. Cualquier santo y pura fiesta. Cerveza. Música. Buscamos silencio.
Más kilómetros, esta vez en llano. Llegamos: Villavieja es la puerta al Desierto de Tocora. Desierto para Colombia que es verde toda. Unos kilómetros de tierra que fueron el fondo del mar. Impacta. Tienen una pileta (piscina) en el medio, perfecto para un baño viendo el horizonte. Desierto árido. Sol intenso. Calor. Y por la noche invasión de insectos picadores.
Picaduras. Muchas picaduras. Alergia? Quedamos a pintitas. Tremendamente picoteados. Parecemos con viruela. Parecemos apestados. Tremendo estar a pintitas. El desierto por la mañana se ve más impactante. Un luz genial. Nosotros a pintitas.
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